Uruguay no necesita una ilusión de seguridad, sino una estrategia integral que combine prevención, cohesión social e instituciones sólidas.Uruguay ostenta un récord relativo de estabilidad en la región, pero las estadísticas recientes sobre criminalidad esconden un fenómeno más complejo: la percepción de inseguridad ciudadana sigue en aumento, mientras que los barrios periféricos muestran signos de deterioro social y urbano.
Lo preocupante no es solo la inseguridad en que vivimos, sino que nos estamos acostumbrando a convivir con asesinatos a diario, como si la continua exposición a situaciones de violencia extrema estuviera anestesiando nuestra capacidad de repudio.
Frente a este panorama, es oportuno reflexionar sobre lo que la academia advierte. Tres enfoques —Arendt, Hayek y la teoría de las ventanas rotas— permiten comprender los límites de las políticas actuales y los riesgos de la complacencia.
Desde un enfoque sociológico, Hannah Arendt explica que la violencia no es un fenómeno aislado: es un síntoma de la pérdida de legitimidad de las instituciones y de la fragmentación y erosión del espacio público. En Uruguay, la violencia cotidiana —robos, hurtos, agresiones en espacios urbanos— evidencia no solo delitos individuales, sino fallas estructurales en la protección ciudadana.
Cuando la ciudadanía empieza a asumir la violencia como inevitable, lo que Arendt llamaría la “banalidad del miedo” desplaza a la libertad, y la seguridad se convierte en un concepto vacío, reducido a la estadística.
Friedrich Hayek, desde una perspectiva económica liberal, señala que la acción humana es inherentemente impredecible, y que las políticas centralizadas suelen enfrentar efectos no anticipados. La implementación de operativos policiales, planes de patrullaje o endurecimiento de penas en Uruguay puede producir descensos estadísticos temporales, pero no asegura una seguridad sostenible.
El verdadero desafío, según Hayek, es crear instituciones confiables y reglas predecibles que generen confianza en la ley y en la justicia. Sin esto, la ciudadanía percibe un vacío de autoridad: los delitos se cometen no porque la gente sea inherentemente maliciosa, sino porque percibe inconsistencias en el control social y en la justicia. Ignorar esta dimensión compleja de la sociedad es sembrar la ilusión de seguridad.
Finalmente, desde la criminología, la teoría de las ventanas rotas de Wilson y Kelling sugiere que el desorden menor en un entorno puede fomentar delitos más graves si no se corrige a tiempo. Subraya que los signos de abandono urbano y social fomentan la percepción de impunidad y, con ello, el incremento de delitos mayores. En Uruguay, incluso con descensos en homicidios o rapiñas según las estadísticas, la presencia de barrios deteriorados, espacios públicos descuidados y delitos menores visibles mantiene un clima de inseguridad.
Si el Estado no atiende a estas “ventanas rotas” —graffiti, calles oscuras, falta de mantenimiento— perpetúa la sensación de desorden, reforzando un ciclo donde la violencia simbólica precede a la real. La política represiva aislada no solo es insuficiente: puede ser contraproducente, generando sobrepoblación carcelaria, tensión social y criminalización de la pobreza.
El análisis comparativo de estas tres perspectivas académicas revela fallas estructurales en la respuesta uruguaya a la violencia:
- Foco en cifras en lugar de ciudadanía: la seguridad no se mide solo con estadísticas de delitos; se construye mediante confianza, participación y cohesión social.
- Descuido de causas profundas: educación (formal y del hogar), marginalidad juvenil, exclusión social y falta de espacios públicos seguros siguen siendo ignorados en el diseño de políticas.
- Reacción punitiva sin prevención: operativos y endurecimiento de penas pueden generar resultados visibles a corto plazo, pero ignoran la complejidad social y la imprevisibilidad humana.
- Fragmentación y erosión institucional: la coordinación insuficiente entre policía, justicia, educación y servicios sociales limita la efectividad de cualquier estrategia integral.
La violencia no desaparece por decreto ni por patrullaje; se combate con instituciones sólidas y confiables, políticas preventivas, reparación de espacios públicos y una ciudadanía activa y confiada.
Ignorar estas enseñanzas es arriesgar la estabilidad social: las estadísticas pueden mejorar, pero la percepción de inseguridad seguirá creciendo y, con ella, la erosión de derechos, libertad y confianza en la democracia.
Uruguay no necesita una ilusión de seguridad: necesita seguridad real, integral y sostenible, que reconozca tanto la complejidad social como las señales de desorden que hoy pasan inadvertidas.
Juan Carlos Nogueira de Leon
Fuente: El Correo de los Viernes
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