La pérdida de apoyo popular de los gobiernos progresistas en América Latina trae consigo una preocupación implícita: la ausencia de ideas para afrontar los retos que imponen las nuevas dinámicas económicas. La izquierda, golpeada por sus propios errores, ha demostrado carecer de elementos para reordenarse y salir del atolladero. Los ejemplos de Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, y (distante pero también dentro del espectro) Uruguay, evidencian cómo el progresismo que se presentó fértil a principios de siglo, se ha quedado sin agenda, preso de una retórica afilada en tiempos de bonanza pero errante en tiempos de ajustes y recortes.
Un par de interrogantes nos llaman la atención: ¿Tienen capacidad las izquierdas para renovarse desde las derrotas? Y, al margen de esto, los sectores que desde la oposición han venido avanzando para asumir el control ¿traen algo nuevo? ¿Hay algo inédito en las nuevas derechas latinoamericanas? En resumidas cuentas: ¿inicia la región un periodo con gobiernos más pragmáticos que idealistas?
La ola progresista impuso programas de reformas radicales en lo discursivo, en lo diplomático, en lo económico, sin embargo, su estilo de gobernar no distó mucho de las prácticas de los partidos tradicionales en sus países. En puntos clave como la descentralización se echó marcha atrás, lo mismo en el diálogo político con la oposición y en el fomento de un clima de entendimiento con reglas claras dentro del sistema político. La izquierda, que en casi todos los casos llegó al Ejecutivo con mayorías parlamentarias, aplicó con comodidad su proyecto. Fue el cambio de una élite por otra, con transformaciones en cuanto al reparto de la riqueza, a la redistribución, a la participación, pero con un fuerte componente de autoritarismo como en Venezuela y Argentina, y de pretensiones continuistas como en el resto de los países mencionados.José María Gimeno Borrás
Pablo Stefanoni propone la siguiente reflexión: “Al final de cuentas, las perspectivas de radicalización de la democracia promueven eso (su radicalización), no la transformación de los procesos de cambio en formas de régimen que ahogan el debate interno, alinean militarmente a los militantes, premian más las lealtades oportunistas que la eficiencia y la honestidad intelectual en un simulacro ‘leninista’ que no solo podría no ser deseable sino que básicamente no es eficaz frente a las ‘nuevas derechas’ que se expanden en la región. Después, solo podremos contentarnos con la consoladora ‘épica de la derrota”.
Por otro lado están las derechas, o lo que la izquierda ha posicionado como las derechas: todo aquello que esté fuera de su órbita. Plantean restaurar el sistema democrático en los términos de las constituciones nacionales, apelando al diálogo interpartidista como condicionante fundamental de la gobernabilidad y la estabilidad.
Siguiendo a Verónica Giordano, la calidad de la democracia de hoy es concebida más por la capacidad del sistema político de demostrar una inclusión efectiva de la ciudadanía en la toma de decisiones, y por los elementos ligados a la igualdad y a la justicia social, que por los postulados tradicionales del término “democracia”. Citamos: “antes la democracia era concebida solo en su dimensión formal (democracia política); hoy es defendida, aunque más discursivamente que en las prácticas políticas, en términos de sus contenidos: democracia social o inclusiva. Para ello, las derechas se sirven de un eficaz instrumento de ayer y de hoy: el consensualismo”. Y ha sido este consensualismo un factor determinante en los sectores que vienen desplazando a la izquierda del poder en la región: el gobierno de Cambiemos en Argentina, la coalición que lidera Michel Temer en la presidencia interina de Brasil, la experiencia de la MUD en Venezuela que ganó la mayoría del Parlamento, todos ejemplos claros de consensos logrados por los sectores alternativos al progresismo. El consenso como práctica y programa, como forma y fondo. “Un eficaz instrumento de ayer y hoy”. Nada nuevo.
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