Yo, Francisco; el rey. - por José Benegas



El fervor por la figura del papaFrancisco alcanzó su punto máximo durante la gira por los Estados Unidos, país que no había querido conocer antes por lo que representa políticamente. Se notó esa opinión en la selección de las figuras que propuso rescatar del país. Dos de ellas que recuerdan lo peor de su pasado, el racismo y la esclavitud, y dos asociadas a la victimización frente al mercado y las ideas socialistas. No parece un recorte precisamente positivo, pero a nadie le importó que dejara afuera a todas las figuras que hicieron de los Estados Unidos el país de la libertad desde su nacimiento. Pareciera haber dicho: Ustedes han hecho cosas horribles y lo que tienen para celebrar como resultado, los hace culpables frente a los socialistas representantes del sufrimiento. Pero la imagen ganó al mensaje o fue el vehículo para que simplemente se tuviera que aceptar.

Abrió su discurso ante el Capitolio, invitando a los miembros del Congreso a legislar como Moises, para la unidad y en representación de Dios. A nadie le escandalizó esa asociación teocrática, no parece haber resistencias para algo así. Como un nuevo constituyente, un “re-founding father” sentenció que “La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo”. Es decir, el poder, el recaudador, el policía y el legislador (el que dice cómo se hacen las cosas), en síntesis, el que manda, tiene una misión de provisión; el monopolio de la fuerza es un hospital de campaña. No le habló a los norteamericanos pidiéndoles generosidad, lo hizo a sus políticos.

Ante la Asamblea de las Naciones Unidas fue mucho más explícito en su mensaje neo-constituyente: Los bienes son para ser usados para los demás, nunca para uno. Los derechos individuales son falsos derechos, los verdaderos derechos tienen que ver con repartir. Para aportar un poco a la confusión remitió a la definición clásica de justicia en tanto “dar a cada uno lo suyo”, pero siempre declarando al sufrimiento como acreedor, nunca al esfuerzo y jamás al propio disfrute de la vida. Volvió muchas veces sobre su visión sobre el mercado como un aparato de exclusión, dogma que no abandonará y si es necesario sostendrá ignorando la pobreza y la verdadera exclusión en Cuba y sin pensar que, cuando reclama por los inmigrantes en Estados Unidos, pareciera que esos aspirantes a habitar libremente en el suelo americano lo desean porque el mercado los recibe y el estado no. Los organismos internacionales de crédito son malos, pero no en tanto recaudan por la fuerza y prestan a los irresponsables, sino en cuanto pretenden cobrar a los países en dificultades; que lo están porque el mundo se divide entre los que están bien que son malos y los que están mal que son buenos. Reservándose una última categoría que es la de los que tienen por destino señalarlo. Esos organismos financieros, dijo, “están des-gobernados”, es decir “gobiérnenlos”. En general señores, gobiernen más, que están gobernando poco.

Si uno toma distancia del episodio y la explosión de emocionalidad (aunque ésta última es clave, ya voy a mencionar por qué) se percibe la anormalidad de este viaje y estos mensajes. Hay una aceptación de unos gestos y unas acciones que implican no solo la adhesión del jefe de la iglesia al credo socialista, sino su intención de que sea ejercido en nombre de la religión católica y por encima de todos los gobierno de occidente. Del retiro de la Iglesia en los últimos siglos, a este aprovechamiento sin pudor alguno de cierto grado de confusión reinante para cambiar el orden de las cosas. El estado ahora tiene un patriarca, algo inaceptable medio siglo atrás, dada la terrible experiencia del pasado. No nos quedemos sólo con las expresiones de fe socialistas, útiles para inyectar culpa; sus movimientos y posturas no se compadecen con el orden constitucional tal como venía barajado. Todo tapado por un sentido abrumador del espectáculo político emocional, aprendido en un país que está muriendo bajo esa expresión artística. Es tan fuerte que cualquier disidencia o crítica, resulta políticamente incorrecta. Es el paso firme de la irracionalidad, la sacudida emotiva que permitirá justificar cualquier cosa y obliga a muchos a olvidar los contenidos y las tendencias. Como todo siempre va acompañado de alguna cosa elíptica que hay que descifrar, los negadores siempre tendrán pasto para no ver lo evidente.

No hubo mensaje religioso alguno de parte del papa, salvo el contenido en el rito litúrgico. Todo fue política y mensaje a los políticos. Ninguna nutrición espiritual, todo reclamo de desprendimiento. El problema es que ya ni se distingue entre bondad gratuita y religión.

Algunos periodistas del ala conservadora destacaron la poca o nula mención a Cristo en sus discursos. Aludió a los papas anteriores en las Naciones Unidas, pero siempre en referencia a cuestiones políticas. No mucha gente lo advierte porque todo es “bondad” en sus palabras, hasta tono y pose de bondad. Se mueve como pez en el agua en el acercamiento a las personas con efecto visual; una mano aquí, una sonrisa allá. A su vez no recibe a los disidentes en Cuba ni a las víctimas de los abusos sexuales a menores de parte de representantes de la Iglesia. Reúne a los obispos y los señala a ellos como las víctimas de esos escándalos, refiriéndose a cuánto habrán sufrido, sin mostrar interés alguno por las personas verdaderamente dañadas que expresaron su asombro. Pero el efecto y la pulsión políticamente correcta es tal, que los diarios coincidieron en titular el evento destacando que había dicho que la pedofilia estaba muy mal y que esperaba que no volviera a ocurrir. La palabra crimen no fue mencionada y el público fue des-informado por todas las crónicas.

El papa hizo una gira sin dudas histórica. Ha cambiado todo en mi opinión, empezando por la posición de la Iglesia como estado. La ha dado el lugar que sus antecesores modernos han querido evitar, como miembro pleno de la comunidad internacional. Un estado hecho y derecho, pero guía moral de todos los gobiernos. Con un gran despliegue populista y un manto abrumador de una bondad que borra todos los límites entre la espiritualidad y la política. Un signo de los tiempos que vivimos y los que vienen. A quienes nos interesa la libertad, nos toca ahora la tarea de cuestionar esa versión de bondad y esa versión de política. Como estado pleno, al Vaticano también se le podría reclamar la solución de todos los problemas y se le podrá atribuir a su falta de acción política (es decir de uso de la fuerza “legítima”) cualquier desgracia. Pero eso no ocurrirá porque el sitial ganado es del de señalar.

¿Es malo el papa? Esa es la pregunta que presumo me harían los encantados que no quisieran directamente insultarme, para preservación de la bondad, que de eso se trata este partido. No estoy interesado en ese juicio. Creo que quiera o no está haciendo mucho daño, pero no es su responsabilidad. Francisco con su formación y su posición existencial con la que ve a la vida como una desgracia general que debe administrarse con espíritu espartano y amor a la pobreza, encontró al mundo como está. No lo hizo el. Llega cuando el espíritu socialdemócrata es la idea casi única, porque en gran parte se ha huido del debate con ellos en el punto en el que para discutirlos hay que estar dispuesto a ser llamado malo y egoísta. Los socialdemócratas saben eso mejor que los directamente comunistas; mientras pongan de frente la culpa del otro lado encontrarán poca resistencia. De modo que este es un occidente lleno de culpas por sus éxitos y pocas por sus fracasos, acosado por una supuesta invasión bárbara que viene con su fundamentalismo. Ese cocktail parece perfecto para la irrupción de un papa que abandonara el pudor por la política y cambiara por completo su rol, sin que sea notado; un fundamentalismo alternativo, nuestro, sin turbantes. Porque sabe que así como ya no se ve diferencia entre bondad y poder, hay un pasito para borrar todo vestigio de resistencia a la teocracia.


Francisco hizo la gran gira de la culpa, incluso incorporó definitivamente una que no le pertenecía a la Iglesia para nada, la medio ambiental. Ahora, las administra todas. Él es el gran legislador.

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