Las propuestas de la Ignorancia, por Jorge Caumont


Se ha vuelto a instalar en la discusión política el uso de las reservas del Banco Central para estimular a una economía que, tras once años de crecimiento, solo un par de ellos por debajo de su ritmo potencial de expansión, tiende a estancarse en trimestres cercanos.
La propuesta de emplear las reservas de la autoridad monetaria para mejorar la actividad se presenta tan atractiva que suma partidarios ya no solo políticos, y su demanda tiende a generalizarse en algunos ámbitos de opinión. Éstos presionan a la conducción económica a aceptarla y ésta se resiste, porque si bien en principio atrae consentimiento y beneplácito, es altamente probable que luego sus resultados abunden en desilusión.
Me pregunto: ¿quién más interesado en lograr un ritmo mayor de crecimiento de la producción de bienes y de servicios que quienes hoy rigen los destinos económicos del país? Y si fuera tan fácil emplear las reservas para financiar la inversión o hasta aumentos de salarios y gasto público, ¿por qué los conductores de la economía, entonces, no lo aceptan? ¿Es que desean que la economía se estanque, que los salarios del sector público no suban en términos reales, que las inversiones que hasta ellos mismos dicen que deben seguir para bien del país no se hagan y que la juventud se sumerja más profundamente en la ignorancia que muchos ya reconocen? No creo que algo para algunos tan obvio —quienes proponen el uso de las reservas— no sea reconocido de igual forma por personas especializadas en el manejo económico. Por algo es que, para los que más interés tienen en la aceleración económica y con ella el aumento del bienestar de la población, las reservas no constituyen el recurso al cual apelar para financiar inversiones de dudosa rentabilidad social y hasta de algunas que sí pueden serlo.
Un profesor de la Universidad de Chicago, premio Nobel de Economía, decía con frecuencia que la ignorancia es desestabilizadora, que es imposible ponerse de acuerdo cuando lo que bien saben unos no es lo que no saben y desean otros.
La negación al uso de las reservas por parte de quienes saben el origen, el financiamiento y en definitiva la realidad tras ellas, dispara ya una situación de ese tipo por el desentendimiento muy pronunciado con quienes no saben el origen, no conocen como se financian y cuál es la realidad tras de ellas.

Una falacia.

Lo que habitualmente se conoce con el nombre de reservas o de reservas internacionales y que el público ubica en el Banco Central o en sus inversiones externas, en realidad no son reservas. Su nombre es inadecuado, su propiedad no es de quien la registra en sus libros y su realidad es una falacia. Las reservas de una nación, de una familia o de un individuo se respaldan con su patrimonio. No se puede decir que se tienen “reservas” cuando en contrapartida hay pasivos —que pueden ser de distinta naturaleza— por créditos y préstamos recibidos y por otras cosas por el estilo. El Banco Central tiene un balance como cualquier institución y, como cualquier balance el suyo contiene activos por un monto que iguala a la suma de sus pasivos y el monto de su patrimonio.
Cuando hurgamos en él notamos que los activos externos que posee no son “reservas internacionales” sino monedas extranjeras y títulos del exterior de corto plazo. También vemos que no todos esos activos externos pertenecen a la autoridad monetaria, pues incluyen depósitos obligatorios y voluntarios en moneda extranjera de las instituciones bancarias privadas en el Banco Central y que en consecuencia no pueden ser usados para otro fin que no sea el de la devolución a sus verdaderos dueños cuando éstos los reclamen.
También notamos que el resto de los activos externos —mal llamados “reservas internacionales”— fueron comprados a lo largo de los últimos cinco años con emisión de billetes y monedas para evitar que el exceso de oferta de dólares al país por inversiones directas y por carry trade —este caso conocido como desdolarización— hiciera de nuestro país una nación aún más cara de lo que ha resultado. Pero la compra de moneda extranjera que ha hecho la autoridad monetaria para evitar pérdidas mayores de competitividad amenazaba fuertemente a la meta inflacionaria.
El exceso de billetes y monedas emitido para la compra de dólares se esterilizaba entonces colocando letras de regulación monetaria ofrecidas al mercado financiero en pesos, a tasas sumamente atractivas arbitradas a dólares. Vale decir entonces que prácticamente el resto de los activos externos —reitero, mal llamados “reservas internacionales”— no pertenecen a la autoridad monetaria sino a los tenedores de letras de regulación monetaria.
Resumiendo, de los impresionantes 18.668 millones de dólares que al 30 de junio tenía el Banco Central y que unos consideran “reservas internacionales” y se han visto tentados a proponer su empleo para estimular a la economía, hay 9.764 millones que no le pertenecen, que son de instituciones financieras y de otros propietarios.
De los restantes casi 9.000 millones de dólares hay aproximadamente 7.000 millones que los financia con deuda por letras de regulación monetaria. El resto es el respaldo a la emisión de billetes y monedas de la autoridad monetaria. En definitiva, las “reservas internacionales” del Banco Central no son propias. Las propias responden a un pequeñísimo patrimonio que cada pocos años desaparece y que consiste en títulos de deuda del sector público no financiero, básicamente la Tesorería.

No son propias.

Si es así, la discusión debe terminar. Los que proponen usar los activos del Banco Central deben aprender a leer su balance. Aterrizar en la realidad y sepultar el deslumbramiento que reciben de un activo que prácticamente la autoridad monetaria debe a sus acreedores. Y si ya conocen la situación, entonces deben dejar de proponer soluciones desestabilizadoras.
Una vez que se desnude la realidad de los activos externos del Banco Central y se abandone la propuesta de usarlos, hay muchos pasos que se pueden dar y así contribuir a reanimar a una economía que según muchos, incluidos sus conductores y hasta la propia evidencia, muestra que se viene apagando.
El primero de esos pasos es tener claro cuáles son las inversiones y cuáles los gastos que se pueden admitir en el sector público no financiero. Un rastrillaje sencillo acabaría con necesidades que no son tales para la actividad económica, que son injustas con gran parte de la población y que no generan un beneficio social neto no ya en el costo sino también en el mediano plazo.
El segundo es usar para la inversión los mecanismos que ya existen y que se amenaza reiteradamente con su empleo pero que no nace a la realidad. Si el Estado no tiene recursos para invertir, su paso al costado permitirá que la inversión privada ocupe su lugar y como es evidencia en estos tiempos, los fondos para las inversiones fluirán.
Fuente: El País

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