Maldita canícula I - Anibal Gloodtdofsky




Un clásico familiar de los primeros días de enero –desde hace ya unos años- es la lectura y comentario del Horóscopo Chino que religiosamente publica la argentina Ludovica Squirru. Es un entretenimiento ameno en el que lo divertido -más que atender a las predicciones- resulta de las coincidencias entre los perfiles de cada uno y las características del signo. En mi vida llena de mujeres tengo tigresas, dragonas, búfalas y gallas (¿?). Con el libro en la mano y la pipa recién cargada, agobiado por el calor bochornoso y la infinita partida rumbo al este de todo ese zoológico familiar, me acomodé en la reposera bajo el gigantesco roble que sombrea el fondo de nuestra casa en Montevideo. Este año será el año de la Serpiente la que, pese a su mala prensa, parece llevarse bien con todo el mundo. Digo parece ya que el bíblico ofidio me anuncia que como toda serpiente que se precie de tal, se alimenta de roedores. Quien esto escribe es precisamente eso: una humilde rata de zodíaco. Bueno… para qué te cuento. La serpiente este año amenaza deglutirme, digerirme, regurgitarme y volverme a comer, tal como les pasó a los ingenuos Adán y Eva que los degustó con puré de manzana.

Sonreí pensando en la filiación política de la culebra y no tuve ninguna duda acerca de su militancia. Es más, una intendencia que no puede ni con los mosquitos seguramente recurrió a esta lombriz de grasera para tratar de resolver un asunto que –no es broma- puede tener consecuencias graves. En efecto, hoy la situación de la basura que está padeciendo Montevideo la expone a un severo riesgo sanitario por el gran incremento de la población de ratas (las de verdad). Hace ya muchos años, cuando la última Intendencia batllista, ante la misma situación aunque de menor entidad, se procedió a una intensa campaña de desratización en la que fumigamos buena parte de la red cloacal y se erradicaron los basurales endémicos. Hoy recurrir a las culebras es mucho más barato. Dejé el libro al costado de la silla y respiré profundamente. No corría ni una brisa. La canícula implacable. Reconozco –aunque escéptico viejo- que una predicción tan lapidaria me había generado cierta inquietud. Mi perro Paco, gordo y sofocado, apenas respiraba. En ese momento la coneja de mis hijas, que se llama Sandra y anda suelta por todo el fondo, se acercó para hacerle lo que le hace siempre: morderle la punta de la cola. Paco levantó la cabeza implorándole que no lo hiciera y con cierto desgano la movió un par de veces. Sandra giró sobre sí misma y se perdió en unos cañaverales.  A su manera, ambas mascotas, me cantaron que el amor es más fuerte y pusieron a los augurios de Doña Ludovica en su lugar. No satisfecho con eso incluí a la autora en mi peor lista negra. La que encabeza Eduardo Galeano.

Pare de sufrir

Hay una diferencia grande entre lo que a mí me gusta, lo que pienso que puede ser bueno, oportuno o correcto y lo que las cosas pueden llegar a ser cuando la gente procura su beneficio, de común acuerdo y sin violar la ley. Lo del cine Plaza no me gusta, no es bueno para nuestro decaído Centro y quizá no sea oportuno en tanto y cuanto se superpone a la construcción de un gigantesco templo en la Av. 18 de Julio. Pero no es incorrecto, es el fruto del ejercicio de la libertad. Además no es diferente a lo que ha venido ocurriendo –no sólo con los cines- si no también con una cantidad de edificios, casas y parques desde hace años. Los que ponen el grito en el cielo (donde me imagino que los compradores del Plaza deben tener más amigos que la DGI y la Intendencia) deberían darse cuenta que, después de tantos desaguisados en esa materia perpetrados por el Frente Amplio, hay que ser prudentes.

Y de esto no hablo más: vayan a ver el Hotel Carrasco cuya maravilla no se debe precisamente al entusiasmo de Ehrlich o Zabalza. En realidad, lo anterior es una digresión. Pare de Sufrir lo escribí pensando en lo que me espera para este ya largo año de la Serpiente (¡y hoy es 27 de enero!). Les cuento lo que pasó aquella tarde en la que traté de hacer la siesta después de ver a la coneja irse entre las cañas. Llegó la OSE y me dijo que tenía que poner el contador afuera del jardín. Cuando lo hice apareció que por años –al no llevarse un registro mensual por dificultades para acceder al contador- se me habían estado cobrando “promedios”. Para peor, la ausencia de ese registro, impide controlar el consumo excesivo o la aparición de lo que se dan a llamar “pérdidas ocultas”. Es decir sale agua por algún lado y uno no se da cuenta. Resultado; una cuenta más grande que la de PLUNA. Y no se achicó con el convenio, ni con la entrega en efectivo, ni con la lluvia de lágrimas que derramé sobre el escritorio de la gentil funcionaria en Salinas. Hice de tripas corazón y al mal viento buena cara... Al día siguiente, reventé una cubierta de mañana y a la noche se fundió la camioneta. No importa, dije, por suerte están todas en Portezuelo. Me arreglo con el arroz que me dejó la OSE y, de paso, aprovecho para caminar y hacer ejercicio. A la noche siguiente –saludablemente a pie-me quisieron robar en Tajes y Cooper. ¡Avanti! Hace un par de días voy a la panadería y como si fuera cosa de mandinga se descolgó un aguacero que no me dejaba ni caminar. Cuando pude llegar a casa, las ventanas habían quedado abiertas y tuve que cruzar el living en canoa… Por eso es que no pongo un pie en la calle y he leído tanto. Gracias a ello es que compartiré con Uds. el material recopilado, reflexiones, letras de canciones, textos históricos y todo cuanto ya les conté en el comienzo de esta serie a la que –creo que con justicia- denominé- “Maldita Canícula”.

Nota final. La coneja Sandra nunca volvió del cañaveral.  Bicho jodido… se fue de vacaciones y dejo al perro solo.

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