El 9 de noviembre de 1938 se lanzó el primer ataque organizado por los nazis contra la comunidad judía. Fue la confirmación de un proceso que ya se incubaba en Europa.
Tras recorrer en taxi las calles de Berlín la noche del 9 de noviembre de 1938, Erich Kästner observó: “Sonaba como si la ciudad entera consistiese de nada más que vidrios rotos. Fue como manejar a través del sueño de un loco”. Esa noche, integrantes de organizaciones nazis destruyeron alrededor de 1.400 sinagogas, así como miles de negocios, casas y cementerios judíos, mataron a cientos de ellos y deportaron a más de treinta mil a campos de concentración. Conocido como Kristallnacht, este pogromo marcó el primer ataque organizado contra la judería alemana y austríaca por parte del liderazgo nazi y fue un preludio al Holocausto posterior que consumiría las vidas de seis millones de judíos en la Europa ocupada. Los diplomáticos acreditados en Alemania y Austria fueron testigos presenciales de los acontecimientos de la “Noche de los cristales rotos”. Sus reportes no estaban sujetos a la censura alemana y, en consecuencia, ofrecen una ventana fiel a la percepción extranjera ante estos hechos. Unos años atrás, la Cancillería alemana consignó una investigación que puso el foco en estos reportes diplomáticos. El resultado fue la publicación, en alemán e inglés, del libro Desde adentro hacia afuera: Los pogromos de 1938 en los reportes diplomáticos desde Alemania.
El caso de Noruega ilustra ello cabalmente. En 1936, el Comité del Nobel de la Paz (asentado en Oslo) premió al publicista alemán Carl von Ossietzky, un pacifista perseguido por los nazis. En abril de 1940 Alemania invadiría Noruega. No obstante, el enviado de Oslo a Berlín en 1938 era Ulrich Stang, quien el mismo año de la ocupación alemana de su país se unió al partido nazi (por lo cual fue condenado a trabajos forzados en 1948). Su cable del 10 de noviembre de 1938 no negó los acontecimientos de violencia antijudía, pero adoptó la narrativa nazi de que el pogromo había sido espontáneo, precipitado por el asesinato de un diplomático alemán en París a manos de un refugiado judío cuyos padres polacos habían sido deportados, y dio crédito a los reportes de la prensa alemana que alegaban que el ataque en Francia había sido parte de una conspiración judía en vez de la acción de un solo individuo indignado.
Los cables de los enviados de dos naciones aliadas a Berlín, Italia y Japón, son también instructivos. El delegado italiano en Innsbruck, Guido Romano, informó sobre “grupos de rufianes armados con palos de metal, cuchillos y dagas” que agredieron a las familias judías y dijo que éstos invadieron su propia residencia para poder acceder a la casa de unos vecinos judíos, pero defendió el rol de la policía, la que “echó sus manos sobre los restantes judíos y los puso bajo arresto en prisión para protegerlos de la furia correcta del populacho”.
El embajador japonés, Hiroshi Oshima, informó sobre “manifestaciones masivas anti-judías”, que las ventanas de los negocios judíos habían sido rotas “sin excepción” y que las sinagogas habían sido incendiadas.
Dos países latinoamericanos –Brasil y Colombia– son citados en la monografía. El delegado brasileño Themistocles da Graça Aranha llevaba apenas tres semanas apostado en Berlín cuando estalló la Kristallnacht. “Cosas terribles les fueron hechas a los judíos indefensos en todas partes”, escribió, “los diplomáticos están profundamente preocupados, y su pesimismo crece cada día”. Descartó la noción de que el pueblo alemán hubiera sido un observador pasivo al afirmar que “nadie admitirá el hecho de que miles fueron cautivados por el espectáculo bestial” y refutó los alegatos oficiales de que la policía simplemente no pudo controlar a la turba enardecida. “Mientras esto sucedía, la policía seguía mirando benignamente. Incidentalmente, ésta era la policía más poderosa, mejor organizada, más perfectamente equipada y más brutal del mundo, con los mejores atributos para suprimir inmediatamente cualquier sublevación”. Vale recordar que Alemania había invitado a Brasil a unirse al Eje junto con Italia y Japón y que Brasilia rehusó el convite.
Los representantes de Colombia, Rafael Rochan Schloss y Jaime Jaramillo Arango, tomaron fotografías de la destrucción y fueron arrestados debido a ello por las autoridades alemanas, lo que provocó un incidente diplomático. El primero calificó al pogromo como “el más grande ejemplo de vandalismo jamás experimentado en la era moderna” y el segundo habló de “imágenes que el propio Dante no podría haber concebido”. Alemania había llegado a ser el segundo socio comercial de Colombia antes de la guerra; el país latinoamericano cortó lazos con el Reich cuando Estados Unidos entró a la contienda.
El enviado de Irlanda a Berlín, Charles Bewley, era abiertamente antisemita y llegó a dar información a las autoridades alemanas sobre su propia nación. En la década del 50 escribió una biografía elogiosa de Hermann Göring. Su informe –enviado un mes después del pogromo, lo que debió haberle dado perspectiva– refleja un desprecio por los judíos a la par que el de los nazis. En su misiva, aseguraba que durante la Primera Guerra Mundial “la vasta mayoría [de los judíos] actuó contra los intereses de Alemania”, protestaba contra la “influencia desmoralizadora [de los judíos] sobre las comunidades en las que viven”, les atribuía control por el “tráfico internacional de esclavos” y los culpaba de “si no causar, al menos explotar” la “inconcebible degradación moral” de Alemania antes de 1933. Se manifestaba contrario a justificar “casos de crueldad deliberada”del oficialismo contra la comunidad judía local, “pero” –aseguraba– “yo no estoy al tanto de tal cosa contra los judíos por parte el gobierno alemán”.
Por su parte, el nuncio vaticano, Cesare Orsenigo, un filo-germano que representaría fielmente la posición de pretendida neutralidad de Pío XII durante la guerra, mostraba una posición objetiva al informar a Roma acerca del “odio ciego de la población” que atacó a los judíos y rechazó el carácter espontáneo del pogromo que la propaganda alemana estaba proponiendo: “Es claro que las instrucciones o el permiso para actuar deben haber venido de altos mandos de por cierto. El alegato de Goebbels, de que esta ‘reacción antisemita’ fue un acto del ‘pueblo alemán’ parece no hacer justicia a la verdad”.
El Chargé d’Affairs de Francia en Berlín durante la Kristallnacht, Hugues Barthon de Montbas, reflejó la magnitud de la tragedia que “evoca a Babilonia y Nínive” y observó que los disturbios “alcanzaron un nivel de brutalidad solo excedido en la historia por las masacres armenias de inicios del siglo XX”. El representante inglés, George Ogilvie-Forbes, dio visas de salida a todos los judíos que pudo y sus cables a Londres reflejaron su consternación personal. Las persecuciones a los judíos fueron “de una escala y severidad sin precedentes en tiempos modernos” y marcaron “una orgía de destrucción y terror”, escribió. Denunció el “barbarismo medieval” de los nazis y lamentó que “la civilización moderna claramente no ha cambiado a la naturaleza humana”. Vaticinó que “los judíos de Alemania no son ciertamente un problema nacional sino mundial que si no es atendido contiene las semillas de una venganza terrible”.
Desde adentro hacia afuera contiene una cita de Joseph Goebbels pronunciada cuando la Kristallnacht finalizó que, vista en retrospectiva, es deprimente. “Esperamos las repercusiones internacionales. Hasta ahora hay silencio. Pero la protesta vendrá”. Tres días después, Estados Unidos llamó a consultas a su representante en Berlín, convirtiéndose así en el único país en retirar de manera permanente a su embajador en Alemania. Menos de un año más tarde comenzaba la Segunda Guerra Mundial y el reinado de violencia que anticipó este pogromo feroz alcanzaría proporciones inconmensurables.
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