A mediados de la década de los ochenta, Fidel
Castro convocó a La Habana a una serie de países para organizar un
frente internacional dedicado a no pagar la deuda externa. Era una de
sus especialidades: no pagar, no cumplir con sus obligaciones. Sin
embargo, un magnífico economista ecuatoriano, el Dr. Carlos Julio
Emanuel, le dio al Comandante y a sus invitados una lección de economía y
de ética, dos disciplinas que pueden y deben ir de la mano. Rescatamos
esos viejos papeles para la historia de este largo disparate conocido
como la Revolución Cubana.
Intervención del doctor Carlos Julio Emanuel, representante del presidente constitucional de la República
del Ecuador, ingeniero León Febres Cordero, en el “Encuentro sobre la
deuda externa de América Latina y el Caribe”, en La Habana, Cuba, el 2
de agosto de 1985.
Comandante Fidel Castro, Presidente de Cuba;
Señores Miembros de la Presidencia y de la Mesa Directiva;
Damas y Caballeros aquí presentes:
Señores Miembros de la Presidencia y de la Mesa Directiva;
Damas y Caballeros aquí presentes:
Debo comenzar manifestando que el haber estado
sentado durante toda esta reunión a la extrema izquierda del Comandante
Castro, no guarda relación alguna con la postura ideológica del
gobierno que represento. (Aplausos).
El problema de la deuda externa ecuatoriana, o en
general de Latinoamérica, no es un acontecimiento reciente; nos
acompaña desde la época de la Independencia. La famosa deuda inglesa de
los países grancolombianos, que data de entonces, que no era una sola,
ni era solamente inglesa, fue motivo de la primera renegociación de
deuda por parte de los países miembros de la Gran Colombia. Su reparto
fue gravoso para el Ecuador, y así nacimos a la vida republicana con un
tremendo perjuicio económico.
Como en ocasiones más recientes, la deuda se
renegoció mal, y fue necesario que se renegociara lo ya renegociado por
instrucciones del Libertador Simón Bolívar.
El ex Presidente ecuatoriano de comienzos de siglo, el General Eloy
Alfaro, quien no necesita de carta de presentación en Cuba, ya que tuvo
un rol importante que jugar en la Independencia de este país, y quien
fuera uno de los más insignes patriotas y estadistas que ha producido
el Ecuador, al referirse hace más de noventa años, al problema de la
deuda externa ecuatoriana, adquirida bajo la modalidad de los bonos
llamados “debentures” en idioma inglés, se refería a éstos como las
desventuras del Ecuador.
Efectivamente, en materia de deuda externa en el
Ecuador hemos ido de desventura en desventura. No hemos adquirido y
negociado la deuda en los mejores términos y condiciones posibles para
nuestro país. No nos hemos preparado lo suficiente para negociar o
renegociar. Y si hoy nos quejamos de los términos onerosos de esa
deuda, hace más de ciento cincuenta años emitimos bonos con el 50 por
ciento de descuento y 6 por ciento de interés, lo cual resultaba en un
costo financiero mucho más alto que cualquiera que se haya pagado en
las últimas décadas.
Así que siempre hemos vivido con un problema de
deuda externa, pero este se ha agravado últimamente. ¿Cuál es la causa?
Si antes, en la época de la Independencia se había contraído deuda para
pagar armamento bélico, equipamiento; en épocas recientes, la deuda se
contrajo fundamentalmente como resultado de un mal manejo económico.
No sólo en el Ecuador, sino en muchos países de
Latinoamérica, se cometieron serios errores en la conducción de las
economías, que explican en buena parte el crecimiento vertiginoso de la
deuda externa. Podría destacar los siguientes aspectos como evidencia
de lo que señalo:
Un excesivo gasto público: en el Ecuador, en los
últimos años, el Gobierno siguió políticas excesivamente expansivas. El
desequilibrio financiero fue atendido mediante un agresivo
endeudamiento externo que en algunos años excedió las necesidades
causadas por los déficit fiscales. En Argentina, Brasil y México, los
tres principales deudores de la banca, con las dos terceras partes de
la deuda latinoamericana, el déficit fiscal con relación al Producto
Interno Bruto más que se duplicó entre 1978 y 1982.
Agravando la situación antes descrita, nuestro país
contrató deuda externa para hacer pagos locales en moneda doméstica;
para gastar en burocracia; para financiar alzas de sueldos y salarios.
Mantuvo también tasas de interés fijas ante una inflación creciente
causada por el manejo fiscal-monetario; esto abarató artificialmente el
costo del capital en relación con la mano de obra, afectando
negativamente la selección de tecnologías a favor del capital, y en
desmedro de la mano de obra, que es mayoritaria en nuestros países,
ocasionando consecuentemente una mayor demanda de créditos. Mantuvo
tipos de cambio sobrevaluados ante la inflación creciente, impactando
al sector externo, incrementando las importaciones, reduciendo las
exportaciones y estimulando el endeudamiento externo, porque al
mantenerse un tipo de cambio fijo, por más de una década, se engañó a
la colectividad, haciéndole pensar que lo mismo daba endeudarse en
moneda local o en moneda extranjera, porque la paridad iba a mantenerse
fija ad-infinitum.
El proceso de industrialización seguido en nuestro
país y en Latinoamérica, mediante la sustitución de importaciones a
ultranza, no resultó en el ahorro de divisas que se había proclamado
inicialmente. El problema de balanza de pagos continuó: se aumentaron
las importaciones, ya no bienes de consumo, sino materias primas y
bienes intermedios para la industria sustitutiva de importaciones. Y
era necesario contratar deuda para pagar esas importaciones.
El proceso de industrialización descrito implicó
lamentablemente el abandono del sector agrícola a su suerte. El Ecuador
y otros países latinoamericanos pasaron a importar productos que antes
exportaban, disminuyendo los saldos de la balanza comercial y haciendo,
por lo tanto, más necesario el endeudamiento externo para financiar
también importaciones agrícolas.
El cambio en la composición de la deuda externa
ecuatoriana también constituyó un factor agravante. Mientras que a
comienzos de la década de los años setenta, nuestra deuda externa estaba
mayoritariamente en manos de los organismos financieros
internacionales, como el BID, el Banco Mundial, entre otros, que tenían
el 80 por ciento de nuestra deuda, y sólo el 20 por ciento estaba en
manos de la banca; diez años después, esta relación se había
prácticamente invertido: un 70 por ciento de nuestra deuda externa
estaba ahora en manos de la banca privada. De allí el problema
financiero para nuestro país: pues si antes casi toda nuestra deuda
tenía plazos largos, tasas de interés fijas y períodos de gracia
generosos, ahora en su mayor parte tenía plazos cortos, tasas de
interés variables y períodos de gracia prácticamente inexistentes.
De manera que el problema del rápido crecimiento de
la deuda externa en el Ecuador y en otros países latinoamericanos,
obedece en mucho a nuestros propios errores en la conducción económica:
un manejo alegre, irresponsable o inepto, por parte de gobiernos
elegidos o tolerados por nosotros mismos, elevó significativamente la
deuda externa de nuestros países.
Porque cabría preguntarse ¿quién nos obligó en
Latinoamérica a mantener políticas fiscales y monetarias expansivas, a
endeudarnos en divisas para pagar burocracia, a mantener tasas de
interés fijas y tipos de cambio sobrevaluados ante el problema
inflacionario, a seguir un proceso perjudicial de industrialización a
toda costa, a abandonar al sector agrícola, a endeudarnos con la banca
privada y no con los organismos financieros internacionales, a cerrar
el paso totalmente a la inversión extranjera para no convertirnos en
dependientes del capital extranjero y terminar siendo superdependientes
del mismo a través del endeudamiento externo?
Todo ésto es importante tenerlo en mente, si además
sabíamos y sabemos que no existe país en desarrollo que pueda crecer
sólo con sus propios recursos, independientemente de la ideología
política o del sistema económico que tenga ese país. Consecuentemente,
la naturaleza del proceso de desarrollo económico establece como
requisito indispensable para lograrlo, la existencia del capital o del
ahorro externo.
Es necesario reconocer, entonces, que en el problema
de la deuda externa los latinoamericanos tenemos una evidente
responsabilidad. El no reconocerlo no sería honesto de parte nuestra: a
veces da la impresión de que en todo lo concerniente a nuestros
problemas económicos argumentamos ser solamente juguete de factores
externos. Y si bien no puede negarse que existen factores externos
fuera de nuestro control que nos afectan, y que proviene, por ejemplo,
de políticas económicas equivocadas de los países altamente
industrializados; los factores internos, nuestras propias políticas,
han tenido un factor preponderante que jugar en la generación de la
crisis que hoy enfrentamos. Alguien decía –y yo concuerdo—que los
latinoamericanos no debemos pagar por los errores de otros, pero si por
los errores que hemos cometido. Aceptar y reconocer nuestros errores
ya sería un gran avance; el corregirlos sería la solución.
Ante la crisis económica existente, y la falta de
divisas, inclusive para pagar las importaciones a tiempo, al gobierno
anterior no le quedó otra alternativa que acudir al Fondo Monetario
Internacional y renegociar la deuda externa. Por más de diez años el
Ecuador no había tenido que recurrir al Fondo Monetario, y en la
actualidad hay países en Latinoamérica que tampoco tienen que hacerlo;
pero se trata de países que por varias razones han manejado mejor su
política económica, que no requieren de préstamos del Fondo Monetario y
que tienen aceptables niveles de reserva monetaria.
Lo ideal, por razones políticas, sería no tener que
acudir al Fondo Monetario Internacional. ¡Cuán problemático
políticamente es tener que acudir a este organismo! Los comentarios que
se han hecho en esta sala, los comentarios que se hacen a diario en
nuestros países, son pruebas suficientes de los que digo.
Pero para eludir al Fondo Monetario y a sus
programas, tenemos que ordenar nuestras economías, evitar los déficit de
balanza de pagos, para así no requerir de préstamos que implican
programas del Fondo Monetario. Para que esto no ocurra –repito—hay que
hacer las cosas bien en el orden económico, y ésto no ha sido costumbre
en nuestros países.
A fines del año 1984 la deuda externa ecuatoriana
había crecido a 7.100 millones de dólares, lo que implicaba un servicio
de deuda del 75 por ciento para 1985. Una situación financiera
insostenible.
Por ello, la primera prioridad del nuevo Gobierno
fue la renegociación de la deuda externa, porque de lo contrario no
había política económica alguna que se hubiera podido adoptar y que
permitiera atender nuestras obligaciones y necesidades externas.
Para enfrentar la crisis, el Ecuador diseñó un
programa económico, un programa del gobierno ecuatoriano, no un
programa del Fondo Monetario, un programa que lo hubiésemos adoptado aún
si no hubiese habido necesidad de préstamo o de relación alguna con el
Fondo Monetario, y es el programa que sirvió de base para el proceso
de renegociación de la deuda que culminamos exitosamente con los bancos
y con el Club de Paris.
En nuestra opinión, estos programas se justifican
en la medida en que estén encaminados a mejorar y no a deteriorar la
situación económica de nuestros países. Y en ésto concuerdo con lo
expresado en una de las recientes entrevistas del Comandante Castro,
de que el problema radica cuando se exige austeridad y no se mejora la
situación del pueblo; cuando se le pide sacrificio para retroceder y no
para desarrollarse.
Por ello, un programa de austeridad que propenda en
el mediano plazo al crecimiento económico, que signifique el
mejoramiento de la calidad de vida de nuestros pueblos, está ampliamente
justificado.
Lo importante –como decía hace un momento—es hacer
bien las cosas en el orden económico. Y en eso estamos empeñados en el
Ecuador, a través de un programa económico propio que refleja nuestras
potencialidades y está acorde con nuestras circunstancias.
Nosotros sostenemos que las refinanciaciones de las
deudas no servirán para nada si no van acompañadas de un
reordenamiento de las economías, si no van acompañadas de medidas de
política económica que permitan el desarrollo de nuestros países y que
logren generar las divisas necesarias para efectuar el servicio de la
deuda externa.
En Argentina, igualmente en el Perú, en Nicaragua,
se han tomado o se ha anunciado que se tomarán medidas para reordenar
esas economías. Lamentablemente no hay panaceas ni fórmulas mágicas en
materia económica. Y por eso es que los planes quinquenales de la Unión
Soviética y de otros países socialistas han sido, en esencia, programas
de ajuste: menos consumo para efectuar un mayor nivel de inversión y
así lograr un mayor crecimiento económico para estos países.
Nuestro Gobierno reformuló la política económica
precedente, modificando y colocando el tipo de cambio en una posición
real, reestructurando las tasa de interés para estimular el ahorro, y
disciplinando la política presupuestaria para reducir el déficit y las
presiones inflacionarias.
Si nuestras medidas tienen éxito –como
esperamos—será porque a la postre benefician al pueblo. Y así es como
tienen que analizarse las medidas económicas: desde el punto de vista de
su efectividad en la solución de los acuciantes problemas económicos
que enfrentan nuestros países.
No voy a entrar a detallar nuestro acuerdo con los
bancos, logrado en diciembre de 1984, a escasos cuatro meses de haber
llegado al Gobierno. Pero debo mencionar que significa un alivio muy
importante para nuestra balanza de pagos. Se obtuvo un acuerdo
multianual al refinanciar los vencimientos de los próximos cinco años,
con doce años de plazo y tres de gracia. Y el servicio de la deuda se
bajó del 75 por ciento al 32 por ciento para 1985, y para el período de
la renegociación, 1985-1989, el servicio se bajó del 68 por ciento al
28 por ciento, cifra enteramente manejable para nuestro país.
El acuerdo es ventajoso; pero este acuerdo no fue
el resultado de una dádiva generosa de los bancos; para lograrlo nos
preparamos y sustentamos documentadamente nuestros puntos de vista.
En abril de este año, el Ecuador se constituyó en
el primer país en el mundo en lograr un acuerdo multianual con el Club
de Paris, se refinanciaron los vencimientos del período 1985-1987, a 8
años de plazo con 3 de gracia, sin pagar comisiones por
refinanciamiento.
Esto demuestra que los países pequeños también
pueden obtener acuerdos adecuados cuando se preparan responsablemente
para negociar. Se nos había dicho que era imposible sentar precedentes
en este campo, siendo como somos un país pequeño, y que había que
esperar que países como Brasil o México obtengan este tipo de arreglos
para luego seguir el camino. Sin embargo, la seguridad que otorga el
tener conciencia de que se estaban tomando las medidas adecuadas, y el
hecho de haber discutido serena y profesionalmente el tema con los
acreedores, permitió el arreglo que finalmente el Ecuador, con mucho
éxito, ha logrado.
La experiencia ecuatoriana que he relatado en forma breve, señor Presidente, indica: primero, que no nos suscribimos a la tesis del no pago de la deuda.
Creemos que las deudas hay que servirlas, pero que hay que hacer ésto
sin que se afecte la estabilidad social y democrática de nuestros
pueblos. Creemos también en los arreglos bilaterales con los bancos en
el problema de la deuda externa.
Estas renegociaciones deberán reflejar las
circunstancias particulares de cada uno de nuestros países. Hay que
recordar, además, que como los bancos no han otorgado los créditos a
nuestros países por razones benéficas o filantrópicas, el arreglo final
debe implicar de parte de ellos la aceptación de términos adecuados
para nuestros países. Creemos también que quienes hemos estado en este
proceso, más que otros, debemos compartir nuestras experiencias sin
secretismos ni egoísmos y ésto podría ser un resultado positivo de este
encuentro. Por nuestra parte, estamos listos para discutir nuestras
experiencias con quienes se interesen.
Señor Presidente: si bien no
descartamos las ideas novedosas que se han venido presentando hace ya
algún tiempo en materia de deuda externa, creemos en la veracidad de la
sentencia bíblica de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Entre
estas ideas novedosas están los topes a las tasas de interés, la
capitalización de los intereses, la relación fija del servicio de la
deuda, ideas que deben analizarse respecto de su factibilidad, pero que
no pueden desplazar la solución de fondo, que es el manejo adecuado y
coherente de la economía.
El éxito de esta reunión, señor Presidente, el
éxito de este Encuentro Económico Internacional sobre la Deuda Externa
de América Latina y del Caribe, radica, en mi opinión, en la posibilidad
de escuchar diferentes criterios y experiencias para así obtener
conclusiones que puedan ser de provecho para nuestros países. En este
contexto, y a nombre del Gobierno ecuatoriano, he querido hacer una
breve exposición de nuestro caso para explicar que hemos enfrentado
la crisis en forma seria y pragmática, antes que romántica, tan pronto
llegamos al gobierno, sin esperar que la crisis se resuelva por sí
sola, o que alguien la resuelva por nosotros.
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